La Precaución No Es Paranoia – por Hernán Bobadilla

Las incertezas respecto de potenciales desastres medioambientales suelen justificar la toma de medidas precautorias. Sin embargo, debemos evitar caer en actitudes paranoicas respecto de estas incertezas.

Hernán Bobadilla –
Filósofo y Geólogo

La incertidumbre es una componente omnipresente e ineludible de nuestras vidas. Si esperásemos a tener plena certidumbre para actuar, permaneceríamos inmóviles. En pos de evitar esta parálisis, tendemos a aceptar información incompleta, imprecisa, e incluso incorrecta, para motivar nuestras acciones. En tiempos como los de hoy, de gran acceso a la información (y desinformación), incontables perspectivas respecto del futuro se presentan como candidatas para guiar nuestras decisiones, aprovechándose de las ocasiones que la incertidumbre genera. Paradójicamente, varias de estas perspectivas son lo suficientemente desoladoras como para provocar ansiedades que nos vuelven a poner en un estado de parálisis. Entre estas perspectivas de futuro, pocas son responsables de generar tanta ansiedad como aquellas asociadas al cambio climático.

Nuestro entendimiento del clima y su evolución a escala global posee grados variables de incerteza. Para efectos de ilustración, consideremos el informe “Cambio Climático 2021” del Panel Intergubernamental en Cambio Climático (IPCC). El informe posee una primera sección dirigida a los responsables políticos para guiarles en su toma de decisiones. En ella, se enuncian varias afirmaciones respecto del sistema climático, matizadas con estimaciones de probabilidad basadas en investigaciones científicas (todas destacadas en cursiva). Expresiones tales como “virtualmente seguro”, “más probable que no”, y “extremadamente improbable” (entre otras) representan el nivel de confianza asignado a las varias afirmaciones sobre el cambio climático. Por ejemplo: “Es virtualmente seguro que el Ártico continuará calentándose por sobre la temperatura de la superficie terrestre, con un nivel de confianza alto por encima de dos veces la tasa de calentamiento global.”

Los responsables políticos deben encontrar maneras de ponderar los distintos grados de incerteza respecto de futuras catástrofes ambientales para tomar decisiones. Sin embargo, en el caso del cambio climático, los responsables políticos tienen un estrecho margen de maniobra: Las incertezas existen, pero no son amplias. Varios acontecimientos catastróficos son calificados como virtualmente seguros o de alta confianza a probables o de mediana confianza. Estas estimaciones justifican los grandes esfuerzos y sacrificios que responsables políticos alrededor del mundo proponen para mitigar la producción de gases de efecto invernadero derivados de actividades humanas. Sin embargo, no es obvio cómo los responsables políticos debiesen proceder en casos de potenciales catástrofes ambientales con un mediano a alto grado de incertidumbre

Este problema ha motivado una gran producción de ideas y teorías, todas complejas y con varios matices, cuya implementación varía según el contexto. En este artículo, sólo deseo discutir un aspecto perteneciente a una familia de criterios para tomar decisiones bajo incertidumbre. Los criterios que deseo discutir suelen ser englobados en lo que se denomina como “Principio de Precaución”. En las últimas décadas, este principio se ha transformado en una consideración central al momento de tomar decisiones de gran envergadura que involucran un alto grado de incertidumbre. En particular, el principio cumple un rol crucial en política y gestión ambiental, contexto en el cual las incertezas son varias y los potenciales daños severos e incluso irreversibles. A grueso modo, el principio de precaución indica que, aun cuando no exista certeza respecto de la ocurrencia de una potencial catástrofe, se deben tomar medidas para evitar dicha catástrofe o reducir sus impactos. En palabras simples: Más vale prevenir que lamentar. Esta consideración básica deja amplio espacio para discutir aspectos de implementación y justificación de decisiones. Por ello, es preferible hablar de una pluralidad de principios de precaución, los que pueden variar en sus prescripciones dependiendo del contexto.

Uno de los aspectos que amerita una discusión enfocada es el umbral mínimo de evidencia que justifica la consideración de potenciales catástrofes en la toma de decisiones. Para ponerlo en palabras simples, el principio de precaución no pretende que tomemos precaución respecto de catástrofes meramente imaginables. Más bien, el principio aborda la toma de decisiones respectos de catástrofes plausibles, aun cuando éstas permanezcan inciertas. En este sentido, un aspecto central para la implementación del principio de precaución es la definición de aquellas condiciones de conocimiento o evidencia que deben ser satisfechas para legitimar la consideración de escenarios potenciales en los contextos de toma de decisiones. La definición de dichas condiciones determina si nuestras acciones son realmente precautorias o más bien paranoicas.

Una intuición ampliamente discutida en la literatura es que mientras más dañina sea una potencial catástrofe, menor certeza respecto de la catástrofe es suficiente para justificar la adopción de medidas precautorias. En otras palabras, se propone una relación inversa entre la magnitud del potencial daño y la cantidad/cualidad de evidencia que justifica la precaución. Esta intuición implica que no existe un estándar universal respecto del mínimo de evidencia que debe ser provisto para aplicar principios de precaución. Cuanta evidencia es necesaria dependerá del alcance y magnitud de la potencial catástrofe. Sin embargo, cabe preguntarse cuál es la real extensión de esta intuición. Después de todo, si se lleva esta intuición al extremo, una catástrofe absoluta no requeriría evidencia alguna para justificar acciones precautorias. Y es precisamente en este contexto que nuestras ansiedades podrían justificar ilimitada precaución sin evidencia, utilizando supuestas catástrofes absolutas como excusa.

Para evitar que nuestras ansiedades tomen control sobre nuestras decisiones es necesario revisar el espectro de peores casos científicamente informados. En el informe “Cambio Climático 2021” del IPCC, la metodología adoptada es el estudio científico de “escenarios” para caracterizar posibles futuros climáticos. Cada escenario simula el despliegue de las dinámicas climáticas bajo distintas hipotéticas configuraciones socioeconómicas. En particular, el informe reporta resultados de cinco escenarios que simulan distintos niveles de emisión de gases de efecto invernadero: muy alta, alta, intermedia, baja y muy baja. En todos los escenarios, incluso en el más optimista, la temperatura promedio de la Tierra aumenta y el nivel de la superficie del mar se eleva durante el siglo 21. Por ello, no hay nada de paranoico en apelar a la precaución para la toma de medidas mitigantes que atenúen el cambio climático y/o medidas adaptativas que nos permitan adecuarnos a sus efectos.

La paranoia comienza cuando la precaución se dirige a potenciales catástrofes que exageran el peor de los casos científicamente informados. Si consideramos el escenario más adverso (muy alta emisión de gases de efecto invernadero), el informe del IPCC reporta que es probable o de mediana confianza que el promedio del nivel del mar se eleve entre 1 a 2 metros para el 2150. Ciertamente, esta estimación es alarmante: Varios ecosistemas costeros se verían afectados por esto, incluyendo la anegación de asentamientos humanos. Pero esta estimación, evaluada en el peor de los casos, y con un grado de incerteza mediano, pone un límite significativo respecto de aquellas catástrofes que son razonables de considerar en la implementación del principio de precaución. A modo de ejemplo, medidas adaptativas son justificadas por el principio de precaución en sectores costeros o territorios bajo el nivel del mar, como en los Países Bajos o Bangladesh, incluso considerando la incerteza asociada a dichas estimaciones. Dado que contamos con más de un siglo para diseñar e implementar estas medidas adaptativas antes de que el peor de los casos se materialice (si se materializa), nuestras ansiedades debiesen permanecer contenidas. En cualquier caso, el principio de precaución no justificaría la adopción de medidas adaptativas en escenarios que son francas exageraciones del peor de los casos científicamente informados. Por ejemplo, la implementación de medidas adaptativas respecto del ascenso del nivel del mar en lugares de altitud geográfica representaría un triunfo de nuestras ansiedades.

En conclusión, la precaución debe ser distinguida de la paranoia en dos sentidos. El primero es aquel que defensores del principio de precaución deben esgrimir para responder a negacionistas climáticos que caracterizan las medidas precautorias como infundadas. La precaución no puede ser denostada como mera paranoia: Es una respuesta justificada a los serios problemas ambientales que enfrentamos. Pero en un segundo sentido, la precaución no puede dar rienda suelta a nuestras ansiedades para atender escenarios que son francas exageraciones del peor de los casos científicamente informados. Si dejamos que nuestras acciones precautorias aborden estos escenarios, corremos el riesgo de fomentar y acrecentar la paranoia en la ciudadanía, junto al riesgo de dirigir ineficientemente nuestros esfuerzos. La moraleja es que debemos encontrar un camino intermedio en el que otorgamos al cambio climático la seriedad y gravedad que el fenómeno justifica, sin caer en los extremos del negacionismo o de la paranoia apocalíptica.

Si tú lidias con ansiedad respecto del cambio climático, recomiendo dos recursos que pueden ser de ayuda. El primero es el libro “Y ahora yo qué hago: Como evitar la culpa climática y pasar a la acción” del especialista en sustentabilidad y divulgador científico, Dr. Andreu Escrivà. El segundo (en inglés) es el newsletter “Gen Dread” de la especialista en enfermedades mentales y crisis ecológica, Dr. Britt Wray’s (https://www.brittwray.com/gen-dread).

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  1. Hola Herhan, tu analisis es muy bueno, pero como dijo Lord Kelvin “si podemos asignar numeros a nuestras observaciones, entonces tenemos un principio”. Pienso que el problema mas grave de CG es que no hay un analisis fisico y quimico racionalmente correcto del problema. Soy Geologo y por varios años he analizado el problema. Mi opinion incluye: 1) los geologos no somos considerados al nivel de politicas publicas de gobierno, parlamento, universidades, ni la por la sociedad partiendo por los partidos politicos y agrupaciones de discusion; 2) el CG es un problema fisico- quimico y debe ser enfocado como tal; 3) los analisis del deben ser fisicos y quimicos ademas de biologicos y alli los geologos podemos aportar mucho. El problema principal es la liberacion de calor al quemar combustibles fosiles a escalas siderales. La mineria mundial es responsable de la quema de CF a niveles intolerables para el sistema geologico y poe ende del 40% de la generacion de CO2. Los geologos podemos analizar y ayudar a superar ese problema, pues lo conocemos. La evidencia del daño planetario debe ser observada, medida y controlada/evitada: El calentamiento de los mares es mas grave que el de la atmosfera en cifras y en efectos troficos el mar; mas algas nocivas, mas bacterias, mas viruses; el fondo oceanico muestra crecimiento bacterial en masa de 50, 100 el Pacifico frente a Chile y hasta 250 veces en el Atlantico frente a USA; el CA es grave en cifras y derrite los hielos polares, permafrost y nieves. Los geologos podemos ayudar directamente a reducir el CG en 66% o mas, al contribuir a la electrificacion de la mineria y del transporte terrestre. Debemos actuar ahora; yo estoy dispuesto a reunirme y analizar estos problemas y soluciones que son posibles ahora ya. Mi celular es 56-9-6516 0705. Espero una respuesta.

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