Por Catalina Buvinic Ureta (Co – creadora de Simbiosis: Geociencias + Arte)
El concepto de Simbiosis lo tomamos para nombrar este espacio en el Grupo de Geología Ambiental desde lo planteado por autoras como Lynn Margulis y Donna Haraway: una asociación íntima y durable entre organismos de diferentes especies que viven juntos. Querer sentar la nueva alianza entre lo humano y la naturaleza propuesto también por Illya Prigogine e Isabelle Stengers: Inspirando las visiones necesarias para enfrentar los desafíos que la época nos depara. Todas estas relaciones se entretejen en lo que las disciplinas científicas solían tratar por separado: los seres vivos, los océanos, la atmósfera, el clima, los suelos más o menos fértiles; y así ha despertado la creatividad de diversas y diversos artistas, desde la naturaleza, el reino de las geociencias.
Toda ciencia y arte evolucionan a través del estudio de la naturaleza, nada es excluido. Comenzamos con una observación y finalizamos con una interpretación. Del mismo modo que el quehacer artístico anticipó muchos de los descubrimientos de la ciencia, las ideas de los científicos han explicado las percepciones de los artistas haciendo énfasis en las redes entretejidas antes que en las diferencias. Des–apasionar el conocimiento no nos proporciona un mundo más objetivo. Las geociencias atraen y estimulan todos nuestros sentidos. Los cuerpos orgánicos e inorgánicos, los objetos naturales y culturales son todos de la misma sustancia, hoy llamándola átomos, cuarks, corrientes de partículas o materia–energía.
“El arte y la ciencia se confundían en el desarrollo de una memoria dinámica de la cultura humana y en beneficio de las relaciones con el territorio y los demás seres de la naturaleza.” [extracto de "El Cuidado del Agua", 2018].
El conocimiento crece y se enriquece a través de conversaciones cruzadas. Específicamente, esta conversación no ha pasado. O, más bien, no ha pasado en las mismas escalas de tiempo y espacio. Patagonia austral es el paisaje y territorio de fondo, donde se originan y materializan diversas inquietudes de dos mujeres, conversadas en torno a un elemento en particular: el agua. La ficción coopera y permite este entramado escrito de diálogos entre ciencia y arte, entre Ximena y Camila
Camila Bardehle Ruiz es artista visual magallánica. Nació en Punta Arenas y con diez días de vida partió junto a su familia a la isla de Tierra del Fuego, a los campamentos de ENAP en Cullen y Cerro Sombrero hasta los seis años. Posteriormente, la familia regresa a Punta Arenas y, a los 18 años, Camila emigra a Santiago, donde estudia Arte en la Universidad Católica de Chile (PUC). Vivió – con intermitencias – en Valparaíso durante diez años para luego radicarse en São Paulo, Brasil, donde habita hoy en día.
Ximena Aguilar Vega es fotógrafa y glacióloga de origen mexicano. Nacida en Ciudad de México, cursa primero fotografía y luego continúa con estudios en Biología en la Universidad Autónoma Metropolitana en la Unidad Xochimilco (UAM – X). Ximena llega a este sur austral a través del magíster de Ciencias Antárticas con mención en Glaciología de la Universidad de Magallanes (UMAG). Hoy vive en Stirling, Escocia donde realiza su doctorado enfocado en la bio–óptica de la interacción glaciomarina.
Lo que sigue, es lo que habría ocurrido al encontrar una mixtura de saberes y fundiciones entre arte y ciencia a través de una mirada contingente y creativa.
Agua y luz como territorio primigenio
Camila: En ese sentido el agua siempre ha estado, porque yo viví mis primeros años en la isla de Tierra del Fuego, rodeada de agua. Con mi familia teníamos que atravesar el estrecho mínimo una vez al mes, para las compras, trámites, etc. Esas primeras memorias del agua son fundamentales también. No sé… El olor de la barcaza, las toninas. De hecho, volví a ir hace dos veranos. Fue súper interesante. Tenía muchas ganas de volver.
Por ejemplo, cuando hice mi examen de grado de Arte me acompañó en el taller de producción de obra, una profesora llamada Mónica Bengoa, ella es una artista visual muy buena. Me acuerdo que el día de la presentación del examen, recién allí, ella me hace notar la relación que veía de Punta Arenas o de la luz de Punta Arenas en mi trabajo, que estaba haciendo en Santiago. Me parecía que no tenía nada que ver, nunca lo pensé. Mónica conoce Punta Arenas. Ha expuesto y visitado varias veces. Me recalca: Hay algo de la luz, en cómo entiendes la luz de allá, la traes y la buscas acá (Santiago). Para mí fue muy revelador. Y compartiéndolo el último día, el mismo día de la presentación. Me vio durante todo el proceso y esperó hasta el último día. Sino yo lo hubiera forzado, era algo que claramente tenía que descubrir o esperar terminar el trabajo para entenderlo. Sentí que eso fue de una sensibilidad y una generosidad enorme. Esperar y guardar eso hasta el último día.
Ximena: Fue una opción que yo busqué realmente. Siempre tuve un interés muy particular en el agua, siempre. Tengo la necesidad de estar en el agua, me siento muy bien. Puede sonar muy absurdo, por ejemplo, cuando yo me baño, me siento como en mi hogar.
Al magister, llegué estando segura de que quería estudiar el Océano Antártico u Océano Austral. Sin embargo, la primera vez que vi un glaciar, el glaciar Tyndall en 2019, todo, absolutamente, todo cambió. Me acuerdo súper bien. Lo vi, al glaciar, no sé… Siempre lo explico de esta forma: Fue como si el glaciar me tomara y me transformara por completo. Todavía no logro comprender qué es lo que me pasó en ese momento.
A partir de ahí, ya no volví a reconsiderar nada más. Empecé de lleno a estudiar el hielo, el agua, todo… En todas sus formas. Desde entonces supe que quería estudiar el hielo y el océano. Así, clarísimo. Empecé a re dirigir mi atención hacia el océano y los glaciares, a la interacción. Entonces empezó toda mi fascinación por el hielo, por entender el hielo, cómo se mueve. Finalmente, el hielo es agua en otro estado. El agua siempre ha estado presente, ahí está.
Punta Arenas me brindó muchísimas oportunidades desde que llegué aquí. No sólo me transformé en el momento que vi al glaciar también comencé a tomar todas las oportunidades que me llegaban en el magister. Tuve la oportunidad de ir a Antártica por primera vez con la NASA, ¡en un avión de la NASA! Estuve allí. Después tuve oportunidad de ir a Antártica en otra expedición. Y así, varias cosas me ocurrieron aquí en la ciudad, o sea, yo agradezco muchísimo haber estado acá. Desde que llegué ha sido increíble.
Embarcaciones fluctuantes
Camila: El año pasado hice este viaje por el río Paraná con una amiga artista, María Bressanello. Viajamos por el río Paraná desde Buenos Aires a Iguazú en un barco de finales de los 1900. Fue una experiencia atravesar ese territorio, tener esa experiencia corporal de navegar por dos meses en este barco y a partir de allí creamos varios trabajos con proyecciones y yo trabajé algunas cosas con dibujo y presentamos parte de eso en la Bienal Concepción del año pasado.
Fue bien particular, porque yo no tenía mucha relación con los ríos, era algo bien nuevo para mí. Había hecho una residencia también en el río Tigre, en uno más pequeño. Fue mi primera aproximación, pero fue una residencia más cortita. No conseguí trabajar mucho desde allí y quedé medio en pausa. Llega esta invitación de María, de acompañarla a este viaje y, claro, absolutamente radical. Desde el color, el movimiento, la dimensión. Era lento, el barco iba a 12 km/hr. Un total absurdo. Si hacíamos ese viaje desde Buenos Aires a Iguazú, no sé, en auto son dos días, no es nada.
Fueron dos meses viviendo en el barco con cinco personas. Es entrar en esa temporalidad del río, realmente entrar en esa vibración y entender las particularidades del río. Fue un viaje super interesante, además de estar nosotras dos que somos artistas, iban tres personas más que eran parte y los que más sabían de navegación. Entonces nos nutrimos mucho de ese viaje, de lecturas, de diferentes estudios y referencias.
Hay un proyecto muy lindo que se llama Paraná Ra’anga, es un viaje que se hizo por el Paraná, donde invitaron a artistas, músicos y científicos. Veinte días por una parte del Paraná y a partir de eso hicieron un documental donde iban mostrando todas las paradas que iban haciendo y cómo estos distintos agentes de distintos lugares iban nutriendo este viaje. Nosotros íbamos viendo estos documentales también. Las otras personas en el barco tenían un amigo geólogo, entonces le enviamos lo que íbamos viendo en las orillas del río y él nos iba comentando y enseñando lo que estábamos viendo. Entonces fue un viaje que, si bien fue el año pasado, yo todavía estoy decantando.
Ximena: Estoy siempre en estaciones y salgo en una embarcación pequeñita, porque como yo estudio justamente la intersección entre el glaciar y el sistema marino tiene que ser algo pequeñito para que puedan entrar.
Entonces en Antártica fue en la estación Yelcho y en el Ártico fue en la estación Nielson, pasa que es un pueblo muy particular, hay varias estaciones científicas de muchos países y hay un laboratorio marino. Ahí preparaba todo y salíamos en una embarcación pequeña, cada tercer día o cada cuarto día y andábamos navegando. Yo tomé también muestras de hielo marino, estuve sobre hielo marino, tomé muestras del color del hielo, muestras de agua. Saqué testigos de hielo para ver la distribución del carbono orgánico. Eso fue lo que hice en el Ártico, o sea, algo muy similar a lo que hice en Antártica para poder compararlo.
—
Esta conversación ficcionada entre Ximena y Camila continuará en los siguientes número de Geohuellas para que esta mixtura de aguas siga percolando y podamos indagar en diversos aspectos artísticos y científicos. Queda la invitación extendida para explorar las publicaciones de Simbiosis: Geociencias + Arte en el Grupo de Geología Ambiental (@geologia_ambiental) y los trabajos de Camila (@camilabardehle) y Ximena (@ximena.av).
